¡Estudiantes! ¡Profesores! ¡Amigos
todos del Feijoo! Recuperamos nuestra sección quijotesca con una pieza que nos
envía un corresponsal de cuyo nombre, a petición suya, decido olvidarme. Hay
lugar en ella para la confesión de un error de juventud pero también, como en
las mejores narrativas, para el amor -por los libros y librerías, en este caso-
y la redención. Y es que, una vez más, se demuestra que la vida, como la
Literatura, es conflicto.
¡Muchas gracias por la
anécdota, anónimo!
Mi primer Quijote fue el que
inauguraba la colección de los Clásicos Universales Planeta. La edición corría
a cargo de Martín de Riquer. Fue mi primer, y último, libro robado. Robado en
una librería de Oviedo en 1981. Tiene casi 1200 páginas, pero es muy manejable.
Costaba entonces 500 pesetas. Y no fue la falta de dinero, aunque no abundaba,
la que me llevó a hacer aquello. Tampoco puedo dar otro tipo de justificación
que hoy se pueda entender. Aunque me arrepentí, no llegué a reparar aquel daño.
No hasta hace dos días, después de decidir escribir esta entrada. Metí 30 euros
(es una cantidad simbólica) en un sobre entre unas hojas de papel con una
pequeña explicación y lo envié a la actual dirección de la librería, que sí,
sigue abierta 35 años después. Mi amor por las librerías y por los libros y mi desamor
por los ladrones de libros y por el
cierre de librerías hace que haya comprado muchos, muchos otros desde aquel día
–durante bastantes años en aquel mismo lugar. Y, tantos años después, el hecho estaba
en alguna parte de mi memoria medio escondido. Conservo el ejemplar, que leí,
al menos, un par de veces. Más tarde compré otro, la edición del Instituto
Cervantes en Cátedra, dirigida por Francisco Rico. Me gusta el Quijote por su
modernidad y su lenguaje. Puedo abrirlo siempre por cualquier página y
disfrutarlo durante un rato. Pero
comparto la opinión de que es necesario que los clásicos se adapten para que
todo el mundo pueda acceder a ellos y disfrutarlos.
ANÓNIMO
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