miércoles, 26 de octubre de 2016

"HECHAS DE LO MISMO" (INÉS GONTÁN, 3º ESO)

¡Estudiantes! ¡Profesores! ¡Amigos todos del Feijoo! Lo anunciamos el otro día. Inés Gontán Méndez, talentosa alumna de 3º ESO, ha sido premiada en el Concurso Cultural de Dibujo, Pintura y Relatos de Central Lechera Asturiana con su magnífico relato "Hechas de lo mismo". Y como en unos días celebraremos la muy terrorífica fiesta de Halloween y el cuento de Lucía tiene cierto toque de terror sobrenatural, aquí os lo dejamos para que lo disfrutéis tanto como nosotros. Así que ya sabéis, mis jóvenes amigos, leed, leed... Y a ti, Inés, ¡enhorabuena! y, por favor, mándanos todo lo que quieras.
                                                                  


HECHAS DE LO MISMO
-¡Dalia,  entra en casa!
Me despedí con un rápido adiós y eché a correr antes de que mi madre me volviese a llamar. La casa estaba caliente por el sol que se colaba entre las cortinas y un olor a comida recién hecha me inundó nada más llegar.
-¿Qué hacías ahí fuera sola?
-Me echaba de menos. No he podido visitarle desde ayer por la mañana y necesitaba alguien con quien hablar.
-¿Leo?
-¿Qué? ¡No! – Leo tan solo era el vecino de la casa de al lado. A veces intentaba hablar conmigo, pero no soy de esa clase de personas que se abren fácilmente. – Ya sabes. El bosque.
-Ah claro. Se me olvidaba
No dije nada más. Por supuesto que no se le olvidaba. Mi madre tenía muy claro a quién me refería desde el principio. Simplemente intentaba hacerme cambiar. Nunca he sido esa chica popular rodeada de pequeños abejorros molestos. Ni la de las ideas increíbles o las hazañas sorprendentes. Solo he sido esa que se sienta callada esperando pasar desapercibida por su cabeza baja y ojos gachos, mientras en su interior imágenes vivas corren hacia otro sitio que nunca ha visitado. Para resumir, no me encontraba a gusto con nadie. Nunca había sido capaz de expresar cómo me siento a nadie. Hasta entonces. Hasta que mi madre decidió que lo mejor era mudarnos para que pudiese descansar de todo un tiempo. Bueno, en realidad la idea no fue solo de madre. La doctora Melisa ayudó en eso. Una mujer de buen aspecto y voz relajada, que, para ser sinceros, solo servía para que mi madre estuviese más tranquila respecto a mí.
Entonces decidieron que lo mejor sería mudarnos lejos de los edificios altos y las calles concurridas de Oviedo para poder marchar a lo que ahora es mi hogar: un pueblo pesquero al occidente asturiano llamado Viavélez, en el que tanto el mar como los árboles y el aire puro habían encontrado un lugar donde vivir. Al igual que yo encontré el mío.  Y a mí misma. Y a él. Al bosque. Fue el único capaz de entenderme y no pensar que estaba loca. Un gran alivio para mí, aunque otra preocupación para mi madre. Cuando llegas a casa hablando sobre un nuevo amigo no esperan que sea una extensión de árboles y maleza. Para mí era mucho más. Era calma, comprensión y respeto. Eran altas columnas de sabiduría. Era todo y nada. Primero pasaba algunas horas en él, y luego, días enteros. Durante el primer mes lo mantuve en secreto. No quería que mi madre se asustase y creyese que había perdido la cabeza. Me encargué de hacerla creer que mis pasatiempos tan solo eran ver gente nueva sentada en una mesa de La Taberna, disfrutar de las vistas del Cantábrico sentada junto a los pequeños faros que saludaban a los barcos ansiosos por pescar que se metían en el mar todas las mañanas o descubrir nuevos rincones que poder explorar desde lo alto del mirador del pueblo. Claro que nada de eso fue nunca verdad. No me gustaba jugar con otros niños a subir y bajar por la rampa del puerto, intentando llegar lo más abajo posible sin que el agua consiguiera tocarte, o echar carreras por el espigón intentando ser el primero en alcanzar el faro. Pero mi madre confiaba en que allí había encontrado lo que ella quería que yo tuviese. Poco a poco me fui soltando a decirle la verdad. Si ella quería que fuese yo misma, debía serlo. Creo que aun así sintió miedo. Seguramente hablase con la psicóloga. Pero lo aceptó. A pesar de todo, yo estaba bien, en paz.
-Dalia, creo que deberíamos hablar –se revolvió incómoda en su asiento. Yo la miré expectante, esperando-. Melisa ha llamado. Cree que tal vez sea hora de intentar volver a ir a clase. Ya sabes, tener una rutina que seguir, hacer nuevos amigos. Igual encuentras a alguien aquí que no has encontrado hasta ahora.
-No creo que sea necesario. Podría venir alguien. Ya sabes, a enseñarme en casa. No…de verdad no creo que sea una buena idea.
-Cariño, es bueno que hables con otra gente…
-Mamá, no. No me siento a gusto. Todos son muy distintos.
-No puedes pasarte la vida dentro de ese bosque, Dalia. Son plantas.
Eso me impactó más de lo que puede parecer. Es verdad. Son plantas. Pero había algo más. De alguna manera, podía sentir lo que sentían. Era una conexión que no había conocido hasta llegar al pueblo.
            No dije nada. Simplemente, me quedé callada. En mi cabeza surgieron un montón de ideas, ninguna de ellas con claridad. Yo sabía lo que mi madre pensaba de mí, pero oírlo era aún más horrible. Lo hacía todo real. En ningún momento tuve ganas de llorar. Puede que tan solo quisiese gritar lo se sentía, pero eso solo se lo podía decir al bosque. Él lo entendería.
            Subí despacio a mi habitación, pero mi madre quedó igual de impactada que yo, incapaz de añadir nada. Me tumbé en la cama. No sé qué me pasaba. No era solo lo que acababa de ocurrir, había algo más.
            Entonces lo supe. El bosque. Él también se encontraba mal; algo le estaba ocurriendo.
            No estoy segura de cómo tomé la decisión, ni de cómo conseguí salir de casa pero así fue. Cuando quise darme cuenta una brisa fresca de verano me recorría por dentro, y el recuerdo de la voz de mi madre gritándome que volviese dentro resonaba en mi cabeza. El aire estaba cargado de algo más que se mezclaba con el olor marino que acostumbraba a recorrer las calles, pero no supe distinguir el qué.
            Me moví entre la gran cantidad de cuestas que recorrían el pueblo hasta que el asfalto se fundió con la tierra. Fue fácil encontrar el sendero. Había recorrido ese camino miles de veces en el tiempo que llevaba allí. A medida que me acercaba todo empezó a cambiar. No supe el qué hasta que estuve demasiado cerca para alejarme.
            Fuego. Llamas anaranjadas por todas partes. Un brillo tan intenso que hacía que los ojos se te cerrasen sin quererlo. Ese olor…casi no podía respirar.
            No sé por qué pero algo me atraía a seguir corriendo. Lo veía todo desde un tercer plano, sin poder controlar mis movimientos.  Cuando mi propio ser volvió dentro de mí, las llamas rodeaban todo mi cuerpo.
Y así, poco a poco, mi oxígeno se fue dispersando, sofocado por el humo que entraba a mis pulmones en cada pequeña inhalación. En ese preciso momento incluso me pareció hermoso. Todo era una explosión de brillo naranja, incluso me recordaba a esos atardeceres que solía ver reflejados en el mar los primeros días. Como todo el bosque que me rodeaba, desaparecí entre mis propias cenizas. Fui tan solo una delicada flor de pétalos carnosos que se fundía en aquel atardecer con olor a humo. Y sí, puede que mamá tuviese razón y fuesen solo plantas, pero aquellas plantas y yo estábamos hechas de lo mismo, y de la misma manera se nos fue arrebatada la vida.

lunes, 24 de octubre de 2016

¡ESTAMOS DE VUELTA!



¡Estudiantes! ¡Profesores! ¡Amigos todos del Feijoo! Frente a lo que pueda parecer, no os hemos abandonado. Ocurre tan solo que el comienzo de curso ha sido muy ajetreado y nos ha costado ponernos en funcionamiento. Sin embargo, aquí estamos de nuevo, listos para animar algo la biblioteca –aunque, por lo que veo los miércoles en el recreo, anda este año de lo más visitada y llena de voces, ¡qué charlatanes sois!-.
Hace unas semanas celebrábamos el triunfo de Inés Gontán Méndez, de 3º ESO, en el Concurso Cultural de Dibujo, Pintura y Relatos de Central Lechera Asturiana. En la imagen podéis verla encantada con su no menos orgullosa profesora de Lengua y Literatura, nuestra capitana Pilar.

Además, desde hoy mismo podéis ver en el vestíbulo la exposición que para conmemorar el centenario aniversario de nuestro más célebre hidalgo, Don Quijote, han preparado durante meses nuestra citada capitana y algunos de sus ayudantes. Aquí os dejo algunas imágenes, donde podéis ver ediciones variadas de obras cervantinas, máximas aprovechables en cualquier ocasión y, por supuesto, molinos, muchos molinos.



Para terminar, os anunciamos que también este año tenemos centenario ilustre, el del nacimiento de uno de los escritores más originales y divertidos que en el mundo ha sido, el inigualable Roald Dahl, uno de nuestros preferidos y conocido de todos gracias a Matilda, Las brujas, Charlie, etc. Habrá que celebrarlo como la ocasión lo merece, ¿no?

¡Seguiremos informando! Mientras tanto, mis jóvenes amigos, ya sabéis.
Leed, leed…