¡Estudiantes! ¡Profesores! ¡Amigos todos del Feijoo! Lo anunciamos el otro día. Inés Gontán Méndez, talentosa alumna de 3º ESO, ha sido premiada en el Concurso Cultural de Dibujo, Pintura y Relatos de Central Lechera
Asturiana con su magnífico relato "Hechas de lo mismo". Y como en unos días celebraremos la muy terrorífica fiesta de Halloween y el cuento de Lucía tiene cierto toque de terror sobrenatural, aquí os lo dejamos para que lo disfrutéis tanto como nosotros. Así que ya sabéis, mis jóvenes amigos, leed, leed... Y a ti, Inés, ¡enhorabuena! y, por favor, mándanos todo lo que quieras.
HECHAS DE LO MISMO
-¡Dalia, entra en
casa!
Me despedí con un rápido adiós y eché a correr antes de que
mi madre me volviese a llamar. La casa estaba caliente por el sol que se colaba
entre las cortinas y un olor a comida recién hecha me inundó nada más llegar.
-¿Qué hacías ahí fuera sola?
-Me echaba de menos. No he podido visitarle desde ayer por
la mañana y necesitaba alguien con quien hablar.
-¿Leo?
-¿Qué? ¡No! – Leo tan solo era el vecino de la casa de al
lado. A veces intentaba hablar conmigo, pero no soy de esa clase de personas
que se abren fácilmente. – Ya sabes. El bosque.
-Ah claro. Se me olvidaba
No dije nada más. Por supuesto que no se le olvidaba. Mi
madre tenía muy claro a quién me refería desde el principio. Simplemente
intentaba hacerme cambiar. Nunca he sido esa chica popular rodeada de pequeños
abejorros molestos. Ni la de las ideas increíbles o las hazañas sorprendentes.
Solo he sido esa que se sienta callada esperando pasar desapercibida por su
cabeza baja y ojos gachos, mientras en su interior imágenes vivas corren hacia
otro sitio que nunca ha visitado. Para resumir, no me encontraba a gusto con
nadie. Nunca había sido capaz de expresar cómo me siento a nadie. Hasta
entonces. Hasta que mi madre decidió que lo mejor era mudarnos para que pudiese
descansar de todo un tiempo. Bueno, en realidad la idea no fue solo de madre. La
doctora Melisa ayudó en eso. Una mujer de buen aspecto y voz relajada, que,
para ser sinceros, solo servía para que mi madre estuviese más tranquila
respecto a mí.
Entonces decidieron que lo mejor sería mudarnos lejos de los
edificios altos y las calles concurridas de Oviedo para poder marchar a lo que
ahora es mi hogar: un pueblo pesquero al occidente asturiano llamado Viavélez,
en el que tanto el mar como los árboles y el aire puro habían encontrado un
lugar donde vivir. Al igual que yo encontré el mío. Y a mí misma. Y a él. Al bosque. Fue el único
capaz de entenderme y no pensar que estaba loca. Un gran alivio para mí, aunque
otra preocupación para mi madre. Cuando llegas a casa hablando sobre un nuevo
amigo no esperan que sea una extensión de árboles y maleza. Para mí era mucho
más. Era calma, comprensión y respeto. Eran altas columnas de sabiduría. Era
todo y nada. Primero pasaba algunas horas en él, y luego, días enteros. Durante
el primer mes lo mantuve en secreto. No quería que mi madre se asustase y
creyese que había perdido la cabeza. Me encargué de hacerla creer que mis
pasatiempos tan solo eran ver gente nueva sentada en una mesa de La Taberna,
disfrutar de las vistas del Cantábrico sentada junto a los pequeños faros que
saludaban a los barcos ansiosos por pescar que se metían en el mar todas las
mañanas o descubrir nuevos rincones que poder explorar desde lo alto del
mirador del pueblo. Claro que nada de eso fue nunca verdad. No me gustaba jugar
con otros niños a subir y bajar por la rampa del puerto, intentando llegar lo
más abajo posible sin que el agua consiguiera tocarte, o echar carreras por el
espigón intentando ser el primero en alcanzar el faro. Pero mi madre confiaba
en que allí había encontrado lo que ella quería que yo tuviese. Poco a poco me
fui soltando a decirle la verdad. Si ella quería que fuese yo misma, debía
serlo. Creo que aun así sintió miedo. Seguramente hablase con la psicóloga.
Pero lo aceptó. A pesar de todo, yo estaba bien, en paz.
-Dalia, creo que deberíamos hablar –se revolvió incómoda en
su asiento. Yo la miré expectante, esperando-. Melisa ha llamado. Cree que tal
vez sea hora de intentar volver a ir a clase. Ya sabes, tener una rutina que
seguir, hacer nuevos amigos. Igual encuentras a alguien aquí que no has
encontrado hasta ahora.
-No creo que sea necesario. Podría venir alguien. Ya sabes,
a enseñarme en casa. No…de verdad no creo que sea una buena idea.
-Cariño, es bueno que hables con otra gente…
-Mamá, no. No me siento a gusto. Todos son muy distintos.
-No puedes pasarte la vida dentro de ese bosque, Dalia. Son
plantas.
Eso me impactó más de lo que puede parecer. Es verdad. Son
plantas. Pero había algo más. De alguna manera, podía sentir lo que sentían.
Era una conexión que no había conocido hasta llegar al pueblo.
No dije nada. Simplemente, me quedé
callada. En mi cabeza surgieron un montón de ideas, ninguna de ellas con
claridad. Yo sabía lo que mi madre pensaba de mí, pero oírlo era aún más
horrible. Lo hacía todo real. En ningún momento tuve ganas de llorar. Puede que
tan solo quisiese gritar lo se sentía, pero eso solo se lo podía decir al
bosque. Él lo entendería.
Subí despacio a mi habitación, pero
mi madre quedó igual de impactada que yo, incapaz de añadir nada. Me tumbé en
la cama. No sé qué me pasaba. No era solo lo que acababa de ocurrir, había algo
más.
Entonces lo supe. El bosque. Él
también se encontraba mal; algo le estaba ocurriendo.
No estoy segura de cómo tomé la
decisión, ni de cómo conseguí salir de casa pero así fue. Cuando quise darme
cuenta una brisa fresca de verano me recorría por dentro, y el recuerdo de la
voz de mi madre gritándome que volviese dentro resonaba en mi cabeza. El aire
estaba cargado de algo más que se mezclaba con el olor marino que acostumbraba
a recorrer las calles, pero no supe distinguir el qué.
Me moví entre la gran cantidad de
cuestas que recorrían el pueblo hasta que el asfalto se fundió con la tierra. Fue
fácil encontrar el sendero. Había recorrido ese camino miles de veces en el
tiempo que llevaba allí. A medida que me acercaba todo empezó a cambiar. No
supe el qué hasta que estuve demasiado cerca para alejarme.
Fuego. Llamas anaranjadas por todas
partes. Un brillo tan intenso que hacía que los ojos se te cerrasen sin
quererlo. Ese olor…casi no podía respirar.
No sé por qué pero algo me atraía a
seguir corriendo. Lo veía todo desde un tercer plano, sin poder controlar mis
movimientos. Cuando mi propio ser volvió
dentro de mí, las llamas rodeaban todo mi cuerpo.
Y así, poco a poco, mi oxígeno se
fue dispersando, sofocado por el humo que entraba a mis pulmones en cada
pequeña inhalación. En ese preciso momento incluso me pareció hermoso. Todo era
una explosión de brillo naranja, incluso me recordaba a esos atardeceres que
solía ver reflejados en el mar los primeros días. Como todo el bosque que me
rodeaba, desaparecí entre mis propias cenizas. Fui tan solo una delicada flor
de pétalos carnosos que se fundía en aquel atardecer con olor a humo. Y sí,
puede que mamá tuviese razón y fuesen solo plantas, pero aquellas plantas y yo
estábamos hechas de lo mismo, y de la misma manera se nos fue arrebatada la
vida.